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domingo, 1 de mayo de 2011

TALLER DE NARRATIVA


Por Lucía Angélica Folino.
Tecnicatura en Periodismo UNDAV. Turno Noche.


1) ¿Dónde se encuentra el saber?

2) ¿Por qué los textos son poderosos, según Roger Chartier?

3) Cuáles son los temores que,. aún hoy en día, nos atormentan, respecto de los escritos?

4) Genere un texto informativo periodístico con contenidos de hipertextualidad.


1)
¿Dónde se encuentra el saber?
La pregunta admite todo tipo de retóricas y debates. Sin embargo, para comenzar diremos que el saber está en todas partes y en ninguna en particular, porque el saber está en la posibilidad que tiene la especie humana de construir civilizaciones.
A través de los milenios, la humanidad ha utilizado una enorme variedad de instrumentos, soportes y modos de transmitir los conocimientos a las generaciones futuras. Sin esta convicción de necesidad de transferencia el ser humano no habría llegado a desarrollar sus potencialidades de una manera eficaz.
Desde Aristóteles hasta la edad tomista se sostuvo que la educación no solo estaba en los libros (que eran de por sí escasos), ni en el discurso oral, sino en eso que él denominó la actitud o potencia cognoscitiva.
Por tal motivo, los templos, las iglesias, las casas feudales, los artesanos, los maestros, tenían una importancia fundamental en el rol de la traducción de los signos y símbolos (palabras) en la difusión narrada o leída de los textos, que comenzara como una costumbre clánica, perdida en la noche de los tiempos.
Ya en el siglo XIX, los manuales insistían en que el verdadero saber se hallaba en los libros.
Esto es lo que afirma Roger Chartier (Aprender a leer, leer para aprender). Es decir, que el autor del ensayo –quien cita textualmente al pedagogo francés Eugène Cuissart, quien
se dirigía a sus alumnos con la fórmula “todo el saber humano está en los libros. Si sabes leer puedes volverte sabio”– se confirma la necesidad de la lectura como el lugar desde el cual se adquiere la sabiduría.
Pretendíase con esto poner punto final a las tradiciones de prácticas empíricas, las supersticiones arcaicas, la enseñanza oral y otros modelos de aprendizaje en tiempos antiguos.
No obstante, saber leer seguía resultando en el período decimonónico un asunto de las altas clases de la elite dominante.
A partir de la literatura industrial, que comenzaron a consumir las personas acomodadas de la burguesía, y poco después, las clases medias, el panorama se polarizó. Aparecen, en esa época, las editoriales y los periódicos, para satisfacer la avidez de noticias. Se difundió la lectura de diarios, periódicos y revistas.
Pero, es fácil advertir, que en el siglo XX, con la tecnología en altos grados de pasividad estos conceptos fueron viéndose, no abandonados en sí mismos, aunque sí complementados.
Hoy en día, no puede considerarse culta a una persona que solo se ocupe de leer libros. Esto dicho sin referirnos a la calidad, cantidad, destinatarios o complejidad de los textos, que es una cuestión que excede esta respuesta. Es menester, asimilar que las artes tradicionales y audiovisuales, el cine, la radio, la televisión, las redes satelitales y muchos otros contenidos, forman parte de esa consolidación cultural que se espera del ciudadano comprometido con su historia contemporánea.
El precedente sumario, hecho a vuelo de pájaro, nos permite afirmar que la vieja tradición de la actitud epistemológica y la curiosidad siguen siendo motores de la formación cultural.
Es importante destacar que el autodidacta, como especie aislada, sin maestros, profesionales, tutores, libros, artesanado, audiovisuales, escuelas, academias, casas de altos estudios, bibliotecas, es fácticamente imposible. Todos hemos sido de un modo u otro culturizados por alguno de los sistemas de educación, que son inherentes a la evolución de los conocimientos y al desarrollo tecnológico, que comenzó con la institución de los códigos de comunicación precarios y en estos días llega a unir el
planeta en un mapa que nos acerca en tiempo, distancia y valores inherentes a la vida terrenal.

2)
El historiador francés Roger Chartier, de la Escuela de los Annales, despliega una posición firme a la hora de admitir que la lectura es la única forma de aprender. De ahí que las escuelas primarias, a través del uso de manuales procuren competencias de lecto-escritura en los alumnos, que luego les permitirán transformar ese instrumento en herramienta de aprendizaje y conocimiento.
El acceso de casi todos a la capacidad de leer, a partir de la segunda mitad del siglo XX,
instauró una nueva categorización, no por ello menos valiosa: la fragmentación de las prácticas de lectura, con la aparición de múltiples editores, ahora sostenidos en la actividad informatizada que suele abaratar los costos de edición tecnológica original.
Con dicha cultura de la fragmentación llegaron los textos populares e industriales, que si bien existían en menor medida no abarcaban el amplio espectro de la lectura en el nuevo milenio.
Este hecho global conocido como postmodernismo, en las categorizaciones de la Sociología política y sus derivaciones para el Arte y los comportamientos del período es un motor poderoso de la economía de mercado.

3)
Si todo conocimiento, para el citado Chartier, proviene de la lectura (Escritura y Cultura en la Europa Moderna), ésta misma forma literaria es fuente de toda sabiduría. Por ello, concluye con la afirmación de la potestad de los textos, como forma de aprendizaje y fuente de autoridad y poder.
Leer para pensar la Historia.
Aprender a leer y leer para aprender.
En un sentido amplio: “aprender es aprehender en el entendimiento y conservar en la memoria alguna cosa” como puntualiza la famosa definición de Covarrubias).
La lectura es absolutamente necesaria para impedir que los gobiernos permanezcan en manos de los happy few, es decir, que las monarquías, tiranías y de las dmocracias
de elites y de ese conocimiento básico se llegará a alcanzar la democracia de los más capacitados para el puesto que desempeñan.
Los textos (en el soporte de libros, pantallas digitales, móviles o fijas, o en cualquier otra forma en la que se presenten en el futuro) son una consolidación poderosa y contundente en la caracterización de los nuevos saberes sociales, técnico-matemáticos y educativos, en general.
El salto entre los escritores que si no pertenecían a familias nobles o adineradas no podían dedicarse a escribir, a la época en que se escribía viviendo de “otra cosa” ha virado a hacer de la escritura una profesión.
Dado, que el trabajo no se presume gratuito es que la escritura merece y debe ser una actividad rentada, transformándose así en un producto más o una mercadería del mercado en el que se inserta el “obrero de las palabras”.

Ahora, bien. ¿Existe en la actualidad un temor real en los escritos?
La parábola de Don Quijote y Sancho Panza nos arrimaría a consensuar que es posible que alguna persona se trastornara por el hecho de leer demasiado.

Estas paradojas se han puesto de moda. ¿Es posible leer demasiado, amar demasiado, vivir demasiado? No. De ninguna manera. Se trata solo de boutades del lenguaje, estilos poéticos poco afortunados, para encubrir otras realidades posibles. Por ejemplo, establecer paradigmas que favorezcan la ignorancia o la falta de afectos duraderos para que de esa forma, los abnegados pueblos sean más y más domeñables.
Nuestro admirado Jorge Luis Borges solía decir que ningún libro es malo, y que en todos ellos podría encontrarse alguna sabiduría. Y también es cierto que no dudaba en afirmar que si un texto no lo atraía lo suficiente, lo abandonaba de inmediato y volvía a sus clásicos favoritos.
A través de los años de ejercicio (“a leer se aprende leyendo”), el lector adquiere un gusto, el pensamiento crítico de la complejidad, lo que le permite optar con relativa facilidad entre cientos de miles de volúmenes a su disposición en salas virtuales, bibliotecas o librerías.
También es verdad, que sin la ayuda calificada del experto que encause la posibilidad de saciar al buen descifrador, la desilusión ante la repetición del reproductivismo, es el mayor riesgo que se evidencia como potencial peligro para las masas: el del aburrimiento crónico.
Copio aquí un texto muy difundido en internet y que da la idea de la diversidad de opiniones y la cautela que debe tenerse frente al texto:

“Los derechos del lector:
El derecho a no leer.
El derecho a saltarse páginas.
El derecho a no acabar el libro.
El derecho a releer.
El derecho a leer cualquier cosa.
El derecho a la satisfacción inmediata y exclusiva de las propias sensaciones, a la identificación.
El derecho a leer en cualquier lugar
El derecho a hojear.
El derecho a leer en voz alta.
El derecho a callar.

(Daniel Pennac, Como una novela.)”

Hay, en mi opinión, y acordando con el citado poeta argentino y con Pennac, libros que no merecen ser terminados porque a la cuarta página uno se da cuenta de que son panfletos publicitarios, manuales de teorías reproductivas y una especie de libro-basura envuelto para regalo por editores inescrupulosos. La falta de autocensura, por si esto fuera poco, para algunos, que pegan su nombre en plagios de empleados denominados “negros” y que desempolvan creatividades ajenas en lamentables condiciones de trabajo nos da la idea del negocio que hay detrás de un apellido impuesto por la gestión cultural de los imperialismos recalcitrantes.
Lo ideal es leer de todo un poco y pensar sobre la calidad del mensaje. Reflexionar como hábito para crecer en sabiduría. Sacar las propias conclusiones críticas y tener una idea clara de hacia donde se quiere llegar para una lectura significativa. La erudición es deseable aunque complementaria, y sin dudas, se presenta muy bien vestida, en formatos de diccionarios enciclopédicos reales o virtuales

4)

Brasil.

REFORMAS EN SEGURIDAD DE LA ONU.

Luis Ignacio "Lula" da Silva, junto a las nuevas potencias económicas mundiales, hace esfuerzos para reformar el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.
Argentina se queda afuera de las negociaciones.


El ex presidente de Brasil, Luis Ignacio “Lula” da Silva, está haciendo grandes esfuerzos para reformar el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.
Lula espera que su país, actual líder de la región, amparado en la solidez de su economía doméstica, gestada dentro del marco del enorme consenso popular que lo avala, el autoabastecimiento en recursos no renovables como el petróleo, las selvas y el agua, que ha sabido defender y con sus industrias de infraestructura apuntaladas, tenga la posibilidad de intervenir en políticas internacionales que incluyan a su país en las negociaciones. Puja también, desesperadamente, con el objeto de limitar una vieja institución que, a la luz del descontento y la pobreza creciente en el planeta, necesita urgentes reformas de orden político y jurídico.
Naciones Unidas (U.N. su nombre en inglés) fundada poco tiempo después de finalizada la Segunda Guerra Mundial, ha mantenido intacta su constitución organizacional, y han quedado excluidas del poder y sin derecho a veto, naciones tan influyentes en este nuevo siglo, como Brasil, Alemania o India, que hoy están ansiosas por conseguir una silla permanente y privilegiada en la mesa de las decisiones globales.
Nos vienen diciendo que estos cambios, largamente ansiados, dotarán a Sudamérica de una mayor calidad de vida para sus habitantes. De todos modos, permítanme dudar al respecto.
Dilma Rousseff que, probablemente continuará con los pasos de su mentor, aspira a extender sus lazos de amistad con sus vecinos Cuba, Bolivia y Venezuela.
Argentina, como era esperable por la mala letra con que ha interpretado las leyes de la liberación y regalado sus recursos genuinos al extranjero, con la moneda barata de la corrupción sistémica, el comportamiento complaciente de los actuales funcionarios con doctrinas obsoletas y el nepotismo descarado en la elección de sus gobernantes, quedará fuera de este partido, donde como ocurre en materia de fútbol, desde tiempos inmemoriales, volverán a ganar los brasileños la Copa del Mundo y tendremos que resignarnos a seguir perdiendo y leyendo titulares en la prensa, sobre grandes clásicos locales, con hinchadas que pelean por un lugar en el tablón, con enormes gastos de policía que, con la necesidad de control de multitudes, libera las calles a los delincuentes; y deberemos seguir soportando la alteración de la paz social y el declive de una economía decreciente, mecidos en el sopor de dormidera que inducen los cantitos de aliento de los barrabravas, con sus banderas a sueldo de los dirigentes de los clubes.





¿Es el periodismo literatura?

Para: COMISIÓN TURNO NOCHE- TALLER DE NARRATIVA. (Código 03).



Profesores: Nelson Rouco, Mercedes Pérez.



Trabajo práctico: Nº 1.





1º) ¿Cómo se exponen actualmente las desigualdades de rango en los diversos textos?



Una vez generalizada la escritura, tras un largo período, que arranca desde los comienzos de la civilización hasta hace apenas unos siglos, lapso en el cual la adquisición de los saberes se transmitía por modalidades dominantes con el lenguaje gestual o la palabra oral, la diferencia entre corderos – la sabiduría de los humildes- y elefantes –aquellas personas de la elite que detentaba el poder de mando- sigue teniendo plena vigencia.



El siglo XX revolucionó desde todo punto de vista, este modelo respecto de la información masiva. La tecnología comenzó con una vasta tarea de difusión (primero por intermedio de la radio, el cine, la televisión, y actualmente con el arribo de las nuevas tecnologías satelitales e informáticas).



Las desigualdades de rango no se han modificado demasiado, aunque es posible pronosticar que con el achicamiento de las distancias y la velocidad de las carreteras virtuales, el acceso al conocimiento y no solo a la noticia bajada por agenda obligatoria, será mucho más vertiginoso que en los tiempos de la modernidad y posmodernidad.



La cultura no solo se transmite de forma escrita. No obstante la alfabetización no debe ser escatimada por los pueblos emergentes, por lo que fue todo un éxito el logro de más de un 6% del presupuesto general de nuestro país, después de una larga y empeñosa lucha de los docentes, por mejorar no solo sus salarios sino las condiciones legales de la vieja Ley Federal, reclamar prosperidades edilicias y de equipamiento para los establecimientos, reclamar el otorgamiento y la obtención de subsidios para los estudiantes, así como un material didáctico actualizado, sobre todo en el ámbito de las computadoras, canales de televisión educativa (canal Encuentro) y páginas web que alivian la burocracia intrínseca de organismos que movilizan a grandes sectores de la sociedad. Esta gesta de resistencia pacífica de los docentes argentinos ante la violencia moral y física que soportan como precio a su actividad constructiva opuesta a lo que recibe de las oligarquías encarnizadas con la entrega de la soberanía, se consagra legítimamente con la Ley de Educación Nacional, que augura cambios profundos, que permitirán achicar la brecha entre ricos y pobres, consiguiendo a través de esa estrategia una mejor distribución equitativa de la riqueza del país.



La educación pública es la llave que se ofrece a las capas más humildes de la población con el fin de equiparar oportunidades, evitar la inseguridad por exclusión y favorecer el desarrollo comunitario.



Si a esto le sumamos la sanción legislativa de la Ley de Servicios Audiovisuales, que desde hace más de veinte años se ha venido impulsando y reclamando por diversos sectores de la cultura, para desarrollar una oferta mediática amplia, que nos permita escoger la programación con un pensamiento crítico y variado, ejercido en libertad y que respete las afinidades y deseos del público, en vez de adocenar comportamientos para una mayor dominación y maniobra de la población, aspiraremos a que la prácticas profesionales de aprendizaje técnico y formativo se incorporen como una opción real y valiosa al entretenimiento de las masas.



A mayor nivel cultural y económico en la sociedad mayores beneficios. Ese mismo público, receptor del mensaje, se está transformando en actor; interfiere en la noosfera con el objeto de retroalimentar el sistema de opinión y comunicación, aportando sus valiosos testimonios, fotografías conseguidas desde la inmediatez de sus cámaras digitales, ordenadores portátiles o telefonía celular de alta complejidad y expresando sus ideas y conocimientos por vías de la palabra publicada por medios que son y serán relativamente mucho más baratos que las tradicionales desde la creación de la imprenta hasta nuestros días.



Para responder al cuestionamiento planteado en la pregunta, diremos que las desigualdades están relacionadas con la falta de oportunidades que no se le brindan a la ciudadanía.



Si transpolamos la cuestión del conocimiento a los medios masivos deberíamos exigir una mayor competencia y calificación para los profesionales de la actividad, y podríamos de ese modo, evitar el repertorio manipulador que se nos impone a través de las consignas de las corporaciones extranjeras, en un marco perjudicial y depredador.



Las campañas mediáticas para fomentar la lectura son parte fundamental para este salto de ángel para el que se está preparando la humanidad, y que acontecerá pese a quien le pese, y que persigue fines cualitativa y cuantitativamente más justos que en el pasado inmediato. Es necesaria esta responsabilidad para frenar definitivamente las hostilidades entre pueblos y la enemistad que algunos fomentan con miras al lucro que obtendrán de la industria bélica y del armamentismo.



Cuando los opinadotes se regocijaban con las mentiras flagrantes sobre el cambio climático, el agujero de ozono o las puestas en escena de algunos dictadores de quienes se decía que buscaban afanosamente los agentes de CIA o DEA, el verdadero cambio climático y la nueva revolución democrática estaba naciendo. Expertos piratas como Al Gore avizoraban que el clima política se enrarecía y que no podrían continuar por mucho tiempo con sus jueguitos de la bolsa y del mercado libre. Tendrían que salir a fabricar dinero sin respaldo en metálico, para sostener sus vidurrias de consumo desmesurado y holgura crediticia, que soportábamos sobre las espaldas los países de América Latina, que ya cauterizamos las venas abiertas por la mentira organizada de sus construcciones falaces y no permitiremos más derramamientos de sangre ni luchas fraticidas fomentadas por inescrupulosos políticos y periodistas de izquierdas violentas y derechas conservadoras.





2º) ¿Cómo serían las fragmentaciones de las prácticas de la lectura hoy? ¿Qué encontramos en nuestro paisaje actual?





En 1884 se sancionó la Ley 1420 de Educación, el primer digesto que establecía conceptos de universalidad, obligatoriedad, gratuidad escolar y se enrolaba en una postura laica, independiente de organizaciones, credos o confesiones religiosas.

Se estableció, en consecuencia, desde fines del siglo XIX el acceso de casi todos los miembros de la comunidad a la capacidad de leer, imitando el ejemplo europeo en Argentina, que significó un posicionamiento de liderazgo intelectual en la Patria Grande.

Nuestra Nación es hoy reconocida internacionalmente como una de los países latinoamericanos con la educación más avanzada y progresista del continente, aunque la mala interpretación de las leyes vigentes confundan la norma prescriptiva e inexcusable dentro del aula de enseñanza obligatoria con censura y adoctrinamiento. Siempre habrá funcionarios energúmenos que ofendan la libertad de cátedra, bastión de la libertad de pensamiento y de expresión de la comunidad educativa.

Las formas de lecturas en la actualidad son muchas y variadas. No solamente se recurre al texto para aprender artes u oficios, sino que se piensa en un marco amplio que abarque el pensamiento abstracto y las lecturas de placer literario, lúdico o de mero esparcimiento, que se dirige a públicos segmentados, generalmente a través de libros de la llamada industria editorial o revistas especializadas (de historietas, de narrativa, con material dirigido para público femenino, masculino, adolescente, con noticias deportivas, de divulgación científica, históricas, con contenidos de economía, política, etc.)

Señalaba Eugène Cuissart en 1882 “Todo el saber humano está en los libros. Si sabes leer puedes volverte sabio.” El concepto continúa en uso, no obstante la aparición de los soportes emergentes en las últimas décadas del siglo pasado, que nos permiten leer oyendo, leer sin libros, leer a través de las imágenes fotográficas, del documental o del cine y la televisión, y recientemente leer a través de los sistemas de alta tecnología digital en las que es absolutamente necesaria el aprendizaje lectura como herramienta técnica de acceso al conocimiento ( una gran cantidad de jóvenes y adultos realizan proyectos de calidad y complejidad audiovisual a través de la lectura e interpretación de los tutoriales en páginas web, foros, blogs y traducciones online).



3º) ¿Hay una literatura popular, industrial y otra artística? ¿Se cruzan?





Las distorsiones sociales producidas paralelamente al avance tecnológico y pese al carácter masivo de la educación, que ha sido muchas veces funcional a los negocios del mercado, provocan que haya una distancia enorme entre los diversos géneros literarios.

Populares libros de autoayuda o biografía de ricos y famosos del mundillo del espectáculo, las necesidades técnicas específicas y las vocaciones artísticas que son escasamente alentadas por los gobiernos, pues se las considera superfluas y alambicadas son, sin embargo, primas hermanas. Si aceptamos la premisa de que leer un libro de dudosa calidad es preferible a no leer ninguno, se mantiene viva la destreza y en tal sentido confluyen y se afirman los lazos de entrecruzamiento del arte con el arte mismo.

Grandes textos literarios nacieron por entregas, en revistas de las llamadas populares, baratas o de circulación y divulgación masiva. Para citar tres ejemplos de altísimo impacto en la cultura mundial, mencionaremos al Martín Fierro, que dio nacimiento a nuestra literatura gauchesca; el Ulises del escritor irlandés James Joyce, admirado por el inefable y universal Jorge Luis Borges y a quien hacía permanente alusión referencial, al manifestar que fuera el más injustamente escritor olvidado por la Academia Sueca, cada vez que era interrogado sobre qué opinaba tras sus permanentes nominaciones al Nobel y nunca recibir el galardón; y la eterna Mafalda de Joaquín Salvador Lavado (Quino), introducida en Italia por el gran pensador Umberto Eco, autor, justamente, de un ensayo sobre la poética de Joyce en su Obra abierta.





¿Los textos periodísticos son literatura? ¿Por qué?



¿Es el periodismo literatura?



La pregunta que se nos plantea admite varias posturas ideológicas y forzosamente nos remite a un extenso debate semántico sobre el significado de la palabra “literatura”.



Si nos atenemos a la definición amplia que nos ofrece la Real Academia Española, deberíamos aceptar que como el término se define en sus varias acepciones, la respuesta debe ser afirmativa.


Es evidente que cuando nos enfrentamos a la página en blanco con el objetivo de expresarnos, lo hacemos por conocimiento del ejercicio del arte (en el sentido amplio del hacer individual) de la literatura, y que la discusión sobre qué es arte y qué destreza o artesanía nos llevaría a un camino aporético, ante el cual nos disiparíamos entre devaneos filosóficos, sociales, culturales, éticos y de orden subjetivo, naturalmente.



Literatura, entonces, en su primera acepción es el ejercicio de la escritura misma.



Siguiendo este razonamiento y agotándolo por vía del absurdo, las composiciones infantiles de aprendizaje escolar, los grafiti, las instrucciones de los electrodomésticos, las notas recordatorias, las postales, las etiquetas de los envases, en fin… la palabra escrita en letra de molde o cursiva estaría inscripta en esa primera designación de literatura.



¿Qué no señalar, entonces sobre la escritura hecha en soporte virtual blogs, foros, páginas web, y actualmente los publicitados facebook, twitter, msn, o mensajes de texto a través del teléfono celular? ¿Cabe pensar que ese conjunto de producciones son literarias en el contexto globalizado para nuestra época de hiperlinks y spam apabullantes?



Si continuamos con la lectura de la definición de la palabra literatura, nos encontramos ante un “conjunto de obras que versan sobre un arte o una ciencia”, por lo tanto, los libros y producciones de los científicos también son literatura. ¿Lo mismo ocurrirá con las notas de diarios y revistas, que son meros difusores de contenidos, sin pretensión de profundización, máxime como venimos viendo en los últimos años, cuando por el reconocimiento masivo del autor esos textos se imprimen en libros, que tienen detrás editoriales prestigiosas que se encargan de la distribución y venta con carácter de aprovechamiento mercantilista del autor como marca instalada? Ante este disparate que se nos ofrece como opción de cultura popular, tendremos que concluir unánimemente que las coplas de Belén Franchese o el resultado del partido del domingo en la tapa del diario del lunes son literatura.



Este engaño tiene una razón de ser, y está emparentado con la manipulación de las mentes, de un modo sutil e imperceptiblemente genuino. La abundancia de publicidad subliminal que se descubre detrás de estos criterios y los personajes inventados ad hoc, nos constriñe a restringir el concepto de literatura y exigirle a los creadores y empresarios una mayor responsabilidad ante los dogmas de la moda.



No hace falta ser chabacano ni burdo para ser popular y eficaz. Pero, para los intereses foráneos, del empobrecimiento dialéctico surge un correlato: la facilidad con que se “plantan” necesidades de consumo, en la población que pueda acceder a la oferta incoada. Ideologías, vulgaridades, euforias y depresiones de la sociedad contemporánea, que asiste a las exequias del posmodernismo, son sistemáticamente alimentadas por la mass media internacional y vernácula.



Hace falta una vuelta de tuerca que nos permita sobrevivir a la invasión de la superproducción hiperbólica de los discursos chabacanos, pedestres y soeces.



Ahora bien, la materia prima del periodismo, que nunca es objetivo ni inocente ante estas cuestiones, ha sido siempre el yacimiento inagotable de las palabras, recursos retóricos y conocimientos versados en la lingüística, la semiología, la polisemia, la semántica, la sintaxis y la expresión verbal o escrita, que tengan la entidad suficiente para convencer, enseñar, predicar, persuadir, acoplar, agrupar, ajustar y alinear a un espectador ávido de informaciones y novedades, que lejos de separarlo del resto de su sociedad lo equipare a la multitud de su entorno. Este axioma no merece mayores evidencias. Quien no sabe lo mismo que saben los vecinos no podrá socializar con sus pares, y esa sensación de exclusión es tan dolorosa a los quince años como a los cuarenta, por lo que el esquema empresarial del negocio intentará asociar la felicidad de cierta adolescencia tardía en los usuarios jóvenes y adultos de un servicio de información, para mantener el predominio económico que lo catapulta como líderes de la opinión pública, y los posiciona en sitios de poder socioeconómico. El panóptico de los países dominantes del Norte para la vigilancia y control del Gran Hermano subdesarrollado, aprisiona al sujeto pensante y lo estanca en su sitio de consumidor obligatorio.



Muchos piensan, sinceramente, espero, que si algo siempre fue de determinado modo, así continuará siendo. Este método inductivo es falaz y resulta precisamente el mismo que está devastando el prestigio del periodismo como ciencia y arte, en la actualidad. El periodista no debe ser un inventor de ficciones, como proponen los autores intelectuales de las agencias de noticias que construyen y explotan la agenda occidental, sino que debe evitar que la ficción propia de la novelística se infiltre en un relato, en una crónica y en la necesidad de dar vuelo de la inspiración imaginativa del codificador.



Es vergonzoso tener que admitir que en la actualidad, la mayoría de los premios literarios más importantes del mundo (Nobel, Planeta, Príncipe de Asturias, Caballero de las Artes, etc.) son otorgados a narradores de la historia oficial de las potencias de la OTAN, que se hacen llamar periodistas, porque publican sus imposturas y construyen sus inventos de la realidad, paralela, virtual, en la prensa escrita, fermentando así un modelo decadente de división mundial, que únicamente beneficia a las quinientas familias dueñas de la riqueza de la mitad de nuestra pequeña y superpoblada Tierra y perturba la paz de los inocentes que creen a ciegas, en la veracidad de sus dichos.



Una vez acabada la Guerra Fría, tras la caída del Muro de Berlín, se pensó que había llegado el Fin de la Historia (Fukuyama, 1998) y a fin de continuar con los avances de la ultraderecha colonialista, los gobiernos ordenaron el despliegue persistente de lo que se denomina Guerra Blanda, Suave o Tranquila, a través de una red de agentes humanos que combinan un discurso de extremos con sofisticadas tecnologías de punta y olvidan que las mayorías silenciosas no tienen ni doce años ni son tontas a la hora de decidir, aunque que se encuentran quebradas por sistemas pseudo democráticos que perpetúan el horror de las dictaduras, con sus silencios cómplices, dinásticos, monárquicos y religiosos, y que se encumbran en sus sitiales honoríficos con métodos de corrupción sistémica y gobiernos de nepotismo abierto y desvergonzado, con absoluto desprecio de los valores cívicos, de los derechos humanos y de la justicia social, que gradualmente han ido limando con leyes que no trascienden por su complejidad, y que lejos de ir detrás de los acontecimientos y corregirlos, preceden a las crisis que sobrevendrán ante la pasividad de los habitantes extasiados ante el espectáculo de las repeticiones enervantes y agotadoras.


Entonces, es ahí cuando el periodista debe asumir un rol de máxima responsabilidad y compromiso. Ser concreto, claro, dar las noticias que puedan ser constatadas y exponer sus fuentes, que cuando son secretas resultan incomprobables.


Será en la eficacia de esta obligación moral, que el periodismo vuelva a gozar del prestigio que tuvo cuando no existían los modos horizontales de adquisición de las novedades (la red ha venido a cambiar el paradigma histórico de la tarima del expositor ante la silla del lector desprotegido y sin voz ni voto). Deberemos abocarnos al análisis intensivo y relacionar de una multiplicidad de hechos, consignas, datos, documentos y presunciones que nos acerquen a la convicción de certeza, con testigos identificables. Si se apostara por la verdad podríamos asegurar que el negocio de comunicar se multiplicaría exponencialmente, con grandes réditos para emisores y destinatarios.



Para retomar la pregunta inicial sobre si el periodismo es literatura, debemos decir que sí, pero en el sentido de técnicas de escritura que utiliza la ciencia de la información y la comunicación social para establecer los contenidos de su área.



Sin perjuicio de esto, no lo es en el sentido de crear ficciones atravesadas por fines puramente políticos, financieros o económicos, con la irresponsabilidad propia de los ociosos privilegiados de la voz cantante.



Por último, y a fin de no recargar a mi lector con mayores consideraciones, concedo que nada obstará a que un periodista sea a su vez novelista o poeta, dado que su manejo fluido del lenguaje y su metalenguaje habilita un poderoso entrenamiento cognitivo y letrado que refina su percepción ampliando capacidades líricas o narrativas, fomentándose su imaginación y su talento natural por medio del trabajo arduo. Pero, recalco que, cuando ejerza sus tareas de redacción deberá aceptar el axioma de que la verdad – o al menos su verdad - no se soslaya, ni se inventa, ni se vende al mejor postor y que es muy sencillo, mantener una línea de trabajo honorable, sin caer en la trampa del perro que muerde la propia cola autocensurándose, porque de ese modo causarían la humillación de empleadores y lectores, que cuando se acercan al periodismo de la prensa lo hacen bajo un contrato implícito de credibilidad, y no para disfrutar de los placeres de la lectura ficticia o literaria, sea en prosa o en poesía, dado que si los parámetros del derecho a enseñar y aprender se respetan, la ciudadanía no dudará en alcanzar esas delicias recurriendo a las vías pertinentes.



Porque una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa.







Lu